Óscar Carrizosa Hernández

Maestro, actor y director de teatro

//Aleyda Gutiérrez Guerrero//

Para Óscar Carrizosa Hernández sus más de 50 años como académico han sido una diversión; en su trayectoria ha impartido clases en los Talleres Libres de Teatro, en la Licenciatura en Artes Escénicas y también se desempeñó como maestro de primaria por más de tres décadas.

“Siempre me he divertido al dar clases; estudié en la Escuela Normal del Estado, empezando por ahí, esos fueron mis inicios, soy maestro de profesión”, resalta orgulloso.

Para él, enseñar y actuar son actividades ligadas, porque cuando se actúa, dice, también hay un entrenamiento, un aprendizaje de varias técnicas, y después, cada quien va haciendo la propia, va armando una técnica que se adecue a sus necesidades.

Inició en la declamación

Estar frente al público fue natural para Óscar, desde muy pequeño participó en las actividades de la escuela, sobre todo cívicas, y según sus palabras, siempre destacó en la primaria por declamar.

“Entré a la primaria a los cinco años y siempre fui la estrellita de las declamaciones en la escuela de mi pueblo porque tenía muy buena memoria y me aprendía poesías, casi todas patrias, de tres, cuatro o hasta cinco páginas; la gente pensaba que yo tenía una mente privilegiada”, recuerda.

Platica que lo ayudó mucho una tía —hermana de su mamá— a la que le gustaba la poesía, la lectura, y a quien visitaba seguido; ella le leía cuentos en voz alta y cambiaba el tono según los personajes; eso, dice, le entusiasmaba mucho. Gracias a su tía, aunque todavía no entraba a la escuela ni aprendía a leer y escribir, comenzó a memorizar libros.

Cuando pasó a la secundaria, en periodo de la pubertad, que empiezan los miedos y los temores, enmudeció y no volvió a declamar; pero más adelante, cuando se trasladó a Hermosillo para estudiar en la Escuela Normal del Estado, se inscribió en el coro y el grupo de teatro, por lo que de alguna manera retomó los escenarios, revela.

Su entrada al teatro

Su padre quería que estudiara Derecho, pero Óscar Carrizosa no tiene reparo en confesar que se matriculó en la Normal no tanto porque descubriera su vocación de maestro, sino porque la mayor parte de sus compañeros venían a estudiar ahí; además, el plantel ofrecía una beca de estudios, pues muy pocas personas querían dedicarse al magisterio. Sin embargo, impartió cátedra en nivel primaria durante 31 años.

“La conexión con la Academia de Arte Dramático fue el maestro Estrella: hizo una obra con nosotros en la Normal en 1959 llamada ‘El crimen de insurgentes’, no sé qué vio en mí, pero cuando terminó la función me dijo ¿por qué no entras a la Universidad?, y yo ya estaba, pero en los talleres de dibujo y pintura, gracias a otro maestro que daba clases en ambas escuelas, Higinio Blatt, quien me invitó porque yo dibujaba muy bien”, abunda.

Siguió en los talleres de artes plásticas y comenzó a trabajar en una escuela primaria; tiempo después de egresar de la Normal se encontró al maestro, quien le recriminó: “Hace años que te estoy esperando”, y ante su insistencia, se inscribió. Era alrededor de 1963.

Platica que cuando llegó a la Academia usaban espacios del Museo y Biblioteca. En un principio entraba a las cuatro de la tarde, y lo que hacía era llenar un balde de agua y agarrar un trapeador y subía las escaleras hasta los últimos pisos para limpiar, porque ayudaban con todo y lo hacían con gusto, confiesa.

En la charla en la Sala Alberto Estrella platica que en ese mismo espacio llegaban a estar hasta cien alumnos, la mayoría de pie, sin refrigeración ni abanicos en ese entonces.

“Abría la puerta y las ventanas y corría el aire, así ensayábamos, aquí y en el teatro Emiliana de Zubeldía. No sé cómo le hacía el maestro, pero se repartía entre los principiantes, intermedios y avanzados, y algunos de nosotros nos quedamos estacionados en el avanzado. Todavía en 1971 yo estaba en los talleres de teatro, ya no tomaba clases, pero le ayudaba porque ya no podía, era él solo, y siempre estábamos participando en algo, era muy prolífico y viajábamos mucho por Sonora, Sinaloa y Estados Unidos, gracias a un intercambio con la Universidad de Arizona.

“Con él era una especie de producción de teatro, terminaba una obra y ya tenía otra ensayando, ensayábamos siempre. Lo que nos daba el maestro era su amor y su pasión por el teatro. No solamente estábamos todos los días aquí de la semana, era de las 6 de la tarde, a veces hasta las 11 de la noche, porque después de las clases seguían los ensayos”, recuerda.

Hizo énfasis en que el maestro Alberto Estrella, como todos los fundadores de las academias: la maestra Martha Bracho, de danza; la maestra Emiliana de Zubeldía, de música, y don Higinio Blatt de Artes Plásticas, eran personas con mucha preparación y tenían no sólo amor, sino una gran pasión por su trabajo, que la transmitían a los alumnos.

Cuenta como anécdota que a veces coincidían en viajes los grupos de teatro, danza y música, por lo que se juntaban en el camión los maestros Estrella, Bracho y Emiliana de Zubeldía, quien tenía un oído musical muy fino y detectaba perfectamente los desafines y desentones de todos.

“A los de teatro no nos importaba cómo cantábamos, pero en cuanto comenzábamos nos decía la maestra Zubeldía: ‘O se callan o me bajo’, entonces nos quedábamos mudos, pero cuando no iba ella sí cantábamos”, platica sonriendo ante la remembranza.

A la Academia, después se integra Jorge Velarde, quien había estudiado teatro en la Ciudad de México y trabajaba en cadenas de cine de Guaymas como encargado de hacer los anuncios de las películas.

“Él era pintor y escenógrafo, diseñaba mantas espectaculares con los anuncios de las películas, pero como le gustaba mucho el teatro formó un grupo en Guaymas y trajo una obra aquí a Hermosillo, invitado por el maestro Estrella; más adelante también lo invitó a la Academia y se quedó con nosotros.

“Yo estaba entonces como alumno, y Jorge se integró a nuestro grupo, pero tenía un conocimiento más amplio de la actividad teatral y montó una obra de Emilio Carballido que se llama “La danza que sueña la tortuga”, yo hacía uno de los papeles, y por primera vez viajamos a la Ciudad de México. Decidió meterla al concurso de otoño.

“Como era en octubre, pedí permiso en la escuela donde era maestro, yo no conocía la Ciudad de México y para mí fue un viaje muy especial; además, me gustaba mucho el teatro y lo hacía por el gusto de hacerlo, pero nunca pensé que fuéramos a impactar y que fuéramos a ganar en México como mejor grupo de la República, y Amalia Félix, una compañera, ganó como mejor actriz; entonces la Academia se llenó de gloria, como si hubiéramos ganado un Óscar”, dice.

Llegado el momento, comparte, Alberto Estrella se retiró porque el teatro que se hacía ya no era de su gusto, pues él trabajaba el teatro blanco, de comedia sana y ligera, no el de desnudos y de palabrotas; sin embargo, dijo a sus estudiantes que ellos sí tenían que hacer ese tipo de cosas y, antes de irse, montó una obra fuerte llamada “Tres en Josafat”, para demostrar que, aunque no le gustaba, sí podía hacerlo. Luego de eso se fue a vivir a León, Guanajuato.

Su legado como académico

Cuenta que, en febrero de 1971, cuando se le propuso dar clases, su mentor le dio la confianza para hacerlo, puesto que ya tenía seis años como alumno y actor, trabajando en la Compañía Universitaria de Teatro.

“Yo no planeaba ser maestro de teatro, porque ya era maestro de escuelas primarias, pero tenía cinco años en la Academia de Teatro y Santiago Cota de la Torre, uno de los profesores, se fue al extranjero y el maestro Estrella me propuso para que diera clases; de entrada, me rehusé porque no me sentía preparado, porque una cosa es trabajar en escuelas primarias con niños y otra con jóvenes”, admite.

“Fue el maestro Estrella a mi casa y me dijo ‘sabes qué, mijo, vas a tomar las clases de Santiago’, y yo le contesté que no me sentía capaz; fue tajante y me recalcó que yo tenía la didáctica, conocimientos de pedagogía y varios años en la Academia, así que no aceptó un no por respuesta, y me quedé con la plaza de Santiago.

“En ese entonces yo trabajaba doble turno en la escuela primaria, y afortunadamente las clases acá empezaban a las seis de la tarde, entonces salía y me venía corriendo”.

Trabajó en la escuela primaria Cuauhtémoc, que estuvo ubicada en la calle Matamoros, después la cerraron y se abrió la Club de Leones número 5, en la calle Manuel González, donde también laboró; más adelante, por necesidad de estar cerca del edificio del Museo y Biblioteca, pidió cambio a la escuela Alberto Gutiérrez. “De ahí nada más me cruzaba la placita y llegaba a mis clases de teatro”.

Luego de aceptar la oportunidad decidió prepararse y fue por cinco años a la Ciudad de México a tomar cursos de verano, en el Instituto Nacional de Bellas Artes, donde recibió un diploma como Instructor teatral. Afortunadamente para él, en ese entonces el gobierno tenía un programa de teatro de verano para maestros, y viajó del 75 al 80 para capacitarse.

“Eran dos meses de un trabajo intenso, pero vi mucho teatro, estuve en muchos ensayos con los mejores directores de teatro en México, fue para mí un gran aprendizaje estar en esos cursos y ver todo lo que hacían. Vi grupos internacionales, adquirí una muy buena bibliografía y también textos de obras para montar”.

Asimismo, recuerda que poco después de iniciar a dar clases en la Academia de Teatro el maestro Estrella le dijo que iba a dirigir, lo que vio como otro gran reto, pero nuevamente el profesor le dio la confianza para hacerlo y le recalcó que era una habilidad que se va adquiriendo con el trabajo, así que la primera obra en la que participó y la primera que dirigió fueron la misma: “El crimen de insurgentes”.

Comparte que el maestro Estrella no lo auxilió en nada, pero que después de ver su trabajo, con libreta de anotaciones en mano, le dijo lo que había estado bien y lo que podía mejorar en su trabajo como director. “Entonces uno aprende esas cosas haciéndolas. Después fui nuevamente a la Ciudad de México estudié también dirección, vi mucho teatro y eso me ayudó en aquellos tiempos”.

Alan Baker y el detective

A este momento, revela que no tiene idea de en cuántas obras ha participado como actor o director, pero sí comparte que entre los papeles que más le ha gustado interpretar están el primer rol protagónico que hizo, Alan Baker, de la inspiración de Neil Simon; además, recuerda con mucho cariño el papel del Detective Munguía, en la obra Los albañiles, que montó Jorge Velarde en el lugar de construcción del que fuera súper VH, cercano a la Universidad de Sonora.

Reconoce que nunca se ha considerado un gran actor, que siempre se consideró un aprendiz, que veía a sus compañeros actores Santiago Cota de la Torre y Arturo Merino y le parecían muy buenos en su trabajo, al igual que algunas de sus compañeras.

“Generalmente, las mujeres actrices son mejores que los hombres, porque a nosotros nos reprimen mucho la cuestión de la sensibilidad, siempre nos dicen que los hombres no lloran y esa represión se manifiesta de esa manera. Esto nos da una idea de que la sensibilidad es una parte esencial de las personas que hacemos arte.

“Los artistas vemos y apreciamos las cosas de otra manera. El arte nos enseña mucho al uso de los sentidos, generalmente en la vida real lo que más usamos son los ojos y los oídos; entonces, el arte nos enseña a ver, a oír, a sentir y todo eso ayuda mucho a la sensibilización del ser humano y a ver las cosas de diferente manera y hasta a asumir posturas adecuadas para poder desempeñarse mejor y en beneficio de la salud”, enfatiza.

Somos entes teatrales

Después de cinco décadas en la Academia, Óscar considera que el teatro no es únicamente para actuar, sino que sirve a todos, porque desinhibe y ayuda a tener mejor vocabulario, gracias a que se manejan textos de la edad media, del siglo de oro —en inglés como en español—, y se adquiere una gran capacidad de asimilación de términos, tanto los que se usan como los que ya dejaron de usarse.

“El teatro es una gran herramienta para el ser humano, además de que somos entes teatrales, porque hacemos teatro desde que nacemos hasta que morimos. El teatro es una actividad inherente al ser humano y no se puede despegar de ella, y que el que diga que no hace teatro es un mentiroso, porque siempre estamos actuando, solamente en la intimidad, estando solos, dejamos de hacerlo.

“A mí me ha dado grandes cosas, no podría decir qué tanto me ha aportado pero sí fue y es una herramienta muy grande, me ayudó a entender muchas cosas de la vida, porque maneja uno personajes y emociones que nunca va a experimentar, en el escenario tenemos que hacer personajes que son como la escoria de la sociedad, y otros que son lo contrario; entonces, ese manejo de personalidades, de emociones y de sentimientos ayuda mucho a concretar una personalidad mucho más estable y sólida en el ser humano”, asegura.

Señala que el teatro está muy conectado con la psicología, porque cuando actúa o empieza a dirigir una obra de teatro se debe analizar el por qué el personaje tiene esa conducta, porque algo influye para que se comporten de cierta manera y se tiene que adentrar en eso.

“Debes saber qué siente el personaje. Lo mismo cuando se hacen papeles de otras épocas que están muy alejados en el tiempo debo tener esos conocimientos; además, hay que recrear espacios, por eso hay que trabajar mucho la imaginación, al igual que las emociones y, sobre todo, el uso de los sentidos”, dice.

Los talleres y la licenciatura

Alberto Estrella tenía dos cargos: era director del Instituto de Bellas Artes de la Universidad y era director de la Academia de Arte Dramático; duró mucho tiempo en ellos, y cuando se fue, Luis Enrique García se quedó como jefe de Bellas Artes y Óscar Carrizosa como director de la Academia de Arte Dramático.

Después de haber trabajado 31 años como maestro de primaria, y otros más como maestro de teatro, tuvo un nuevo desafío al crearse el Departamento de Bellas Artes y quedó al frente de esta área académica en la Universidad de Sonora. Estuvo cuatro años como jefe de Departamento y cuatro más en la administración como secretario.

En el área administrativa, comenta, aprendió a gestionar y lograron tener festivales anuales de teatro y danza, conciertos de otoño y primavera, así como un intercambio muy importante con Bellas Artes de la Ciudad de México; además, apoyó en la regularización de maestros a nivel licenciatura a través de un convenio con la Universidad de Chihuahua.

Óscar Carrizosa ahora es académico de tiempo completo del Departamento de Bellas Artes, da clases de voz y actuación en la licenciatura como en el Taller de Teatro.

Afirma que la actuación de los talleres no es igual que la de la licenciatura, porque en talleres el alumno que asiste no lo hace para ser un profesional, es nada más por el gusto, como hobbie o de acreditar puntos Culturest en la Universidad, aunque hay algunos que descubren que podrían ser muy buenos y han dejado sus carreras y se han cambiado a esta profesión.

“La mayor parte de la gente no entiende que el arte es una profesión, hay una preparación exhaustiva detrás de todo esto, hay que estar en continuo movimiento y es agotador, se debe tener una muy buena energía y aprender a manejarla, así como buena alimentación, es una preparación no solamente cognitiva, sino también física y psicológica”, apunta.

Comenta que lo más complicado como académico de arte es que el alumno adquiera la disciplina, si quieren corregir problemas de voz, por ejemplo, tienen que practicar y ejercitar dentro y fuera de clase, y el estudiante, sobre todo en los talleres, como no se dedicará a eso, no le interesa mucho, pero hay excepciones.

“Usar bien la voz, que sea clara y fuerte no es cuestión de gritar, es cuestión de buscar cavidades de resonancia y apoyarse ahí, el grito desgasta, porque lo hacemos con las cuerdas; además, las inflamo, las irrito y las desgasto, por eso los maestros de primaria, de tanto grito, terminan con la voz hecha pedazos, debemos aprender a cuidarla”, recomienda.

Lamenta la situación que se ha vivido durante la pandemia y cómo afectó en la docencia, en el teatro. Confiesa que las personas que se dedican al arte también “padecieron” el confinamiento, porque el arte es presencia.

“Yo doy clases de voz, pero la voz que escuchaba era a través del aparato, no es igual a escuchar al alumno en persona y lo que hace con ella. Uno les da técnica pero no se podían apreciar, además de que algunos alumnos se rehusaban a abrir la cámara y no veías su expresión y si lo hacían veías sólo la cara, los hombros, no estaban las condiciones ni el espacio para apreciar el trabajo de los alumnos y evaluarlos”, declara.

El maestro destaca además que, aunque a los alumnos les sirve estar frente a la cámara, porque quizás también trabajen en la televisión o el cine, deben tener la experiencia de lo presencial, porque el teatro es en vivo, sin cortes.

“La preparación teatral es fundamental para un actor, aunque haga cine o televisión. A mí me choca mucho ver teatro grabado, en ocasiones lo veo, pero no es igual. El teatro lo tienes que estar escuchando ahí, viendo al actor. A esas grabaciones yo no lo llamo ni teatro”, confiesa.

Supervivencia

Ahora, en sus 51 años como docente de teatro, reconoce que este arte siempre ha estado en crisis. Platica que en estos momentos está montando la obra “La señorita Julia”, escrita a finales del siglo XIX, y el autor ya habla que el teatro está en crisis y que va a desaparecer; y para ese momento, dice, todavía no aparecía el cine.

“Cuando el cine apareció en los años 20’s dijeron que el teatro iba a desaparecer, pero siguió; y en los 50’s, cuando apareció la televisión fue otro golpe para el teatro, también siguió; y ahorita, afortunadamente, ya se está haciendo teatro en vivo nuevamente”, señala.


Al hablar de la importancia de la materia que imparte destaca que la voz en el teatro debe tener energía, porque a veces no se nos entiende lo que hablamos porque no articulamos, no movemos los labios correctamente, y el español, indica, es una lengua de mucha articulación.

Asegura que todo ese entrenamiento le ayuda a cualquier persona que use la voz en su profesión, y que el teatro en sí ayuda a desinhibirse, a desenvolverse mejor en distintas situaciones, desde hablar en público, pedir empleo, entre otras.

Los Carrizosa Martínez

El hijo de Mercedes Hernández Campa y Guadalupe Carrizosa Ballesteros nació en Cumpas, Sonora, el 20 de enero de 1941, y en su lugar de origen vivió hasta los 15 años, edad en la que se trasladó a Hermosillo a estudiar en la Escuela Normal del Estado, y ya no regresó, más que de visita.

Su madre, a quien todos llamaban “Blanca”, porque era güera, se casó con quien era más bien conocido como el “Zarco”, así que pocos sabían el nombre de pila de los padres de Óscar y sus tres hermanos varones.

En el 73 formó la familia Carrizosa Martínez, al casarse con Beatriz, también maestra de primaria, ahora jubilada, con quien dio vida a Claudia, Diana y Óscar, a quienes inculcó de niños las bellas artes y el gusto por la lectura.

“Nunca forcé a mis hijos a que estudiaran lo que yo estudié, me hubiera gustado, pero tampoco moví un dedo para ello, pero sí los tuve a todos en los talleres de teatro, danza y plásticas, y en música creo que nomás a Claudia. No tanto para que se dedicaran a eso, sino porque quería que conocieran y fueran buenos espectadores”.

La familia es para él algo muy importante, aunque reconoce que hubo ausencias a causa del trabajo. Agradece que su compañera de vida siempre estuvo consciente de su profesión de actor y lo dejó hacer lo que más le gustaba hacer.Dentro de las limitaciones de tiempo procuraba comer con su esposa e hijos, y salir con ellos los fines de semana; en vacaciones iban a Cumpas, hasta que crecieron sus muchachos y comenzaron a tener sus propias actividades.

“Tengo cuatro nietos: Luis, Camila, María Paula y Óscar, y cuando se juntan en la casa es el acabose, pero los disfruto mucho, con ellos ya no soy tan estricto como lo fui con mis hijos, porque son mis nietos nomás”.

Nunca ha pensado en legados, confiesa, quisiera solamente que lo recordaran como el ser humano que es, con sus aciertos, errores y todas sus fortalezas, porque considera que los seres humanos no son ideales, no son santos ni demonios, sino que oscilan entre los dos.

“Quiero que tengan un buen recuerdo mío, pero no como una meta a seguir. Y en la Universidad, lo que me interesa es que mis alumnos aprendan.

“Me gusta lo que hago, lo disfruto, si no, no tuviera 51 años aquí. Me llevo muy bien con los estudiantes, sé escuchar y sé aceptar cosas, no voy a imponer nada, el teatro no es por imposición es algo que tienes que dar de por sí y con gusto.

“No tengo achaques estoy bien, el día que no pueda dar clases no las voy a dar. La Universidad me ha ayudado mucho en eso, me sirve hasta para mi salud, para mantenerme siempre activo, porque a mi edad empiezan un montón de problemas y estoy consciente de eso, pero mientras tenga ese ánimo, seguiré”.

Otra cosa que le ayuda mucho a mantener su salud física y mental es el yoga, disciplina que también le sirve para relajarse y para tomar las cosas como son, menciona.

El decano de la Academia de Teatro de la Universidad de Sonora dice estar agradecido con la vida y con la institución donde labora, la que es para él como una casa adicional, pues se siente como en la suya cuando está aquí.

También considera que la alma mater debe ajustarse y hacer cambios en cada administración, pero tomando en cuenta y respetar las cosas que estén funcionando para que tengan continuidad, así como involucrar a empresarios para financiar los montajes y aprovechar al máximo los convenios que se tienen con instituciones culturales.

“Estoy agradecido de la vida, estoy agradecido de la institución donde trabajo porque me permite hacer lo que yo hago. A estas alturas de mi vida, que ya debería de estar jubilado, el que esté activo me ayuda mucho. No quiero pensar qué voy a hacer cuando me jubile, aunque ahora con la pandemia sí distribuí y aproveché mi tiempo, releí textos de mi profesión y tomé notas.

“Empecé a entender cosas que en ese momento que las leí no las había entendido, ver esas cosas de nuevo, revisarlas, me ayudará mucho en mi profesión. Además, siempre estoy buscando materiales para mis alumnos, procuro no quedarme estancado y buscar cosas que me ayuden a crecer, me entero de cosas que se están haciendo en Hermosillo y en otras partes del mundo, creo que uno tiene que ayudarse a sí mismo, no esperar que los demás lo hagan”, resalta.