María Mónica Castillo Ortega es ejemplo de dedicación y excelencia académica en la Universidad de Sonora. Durante 37 años, su pasión por la enseñanza y la investigación ha sido un pilar fundamental en la formación de generaciones de profesionales.
Su trabajo en la ciencia de materiales, llevado a cabo con rigor y entrega, ha dejado un impacto profundo, tanto en el ámbito académico como en la vida de sus estudiantes. Con su legado, continúa siendo un ejemplo inspirador de compromiso y amor por la ciencia.
Nacida el 20 de diciembre de 1958, en Pitiquito, Sonora, María Mónica llegó a Hermosillo cuando tenía apenas dos años. Creció en esta ciudad, donde cursó su formación académica completa. Desde joven mostró interés por las ciencias, el orden y la lógica que rigen el mundo natural. Decidió estudiar la Licenciatura en Químico Biólogo, con opción análisis clínicos, en la Universidad de Sonora, institución que más tarde se convertiría en su segundo hogar.
“Estudié aquí mi licenciatura, pero nunca pensé que terminaría quedándome tanto tiempo. Cuando inicié en la docencia, me di cuenta de que era algo que me apasionaba, y con el tiempo, la investigación también se convirtió en una parte fundamental de mi vida”, explica al recordar sus primeros pasos en esta institución.
El inicio de una carrera de impacto
Antes de establecerse de lleno en la Universidad de Sonora, María Mónica trabajó como profesora en el CBTIS 11 durante siete años, donde comenzó a desarrollar su vocación docente. Sin embargo, su interés por seguir aprendiendo la llevó a inscribirse en la Maestría en Polímeros y Materiales, impartida por su alma mater. Fue una etapa desafiante, dividida entre las exigencias de la enseñanza y la vida estudiantil, pero el esfuerzo valió la pena.
“Conocí al doctor Motomichi Inohue y a la doctora Michiko Banno, quienes fueron pilares en mi formación como investigadora. Ellos me enseñaron el rigor y la disciplina que requiere la investigación científica, algo que cambió mi perspectiva profesional para siempre”, recuerda con gratitud.
Tras completar su maestría en 1989, concursó por una plaza en el Departamento de Investigación en Polímeros y Materiales (DIPM) de la Universidad de Sonora. La obtuvo, marcando el inicio de una relación profesional que ha perdurado por 37 años. Más adelante, al abrirse el Doctorado en Ciencias de Materiales, fue de las primeras en inscribirse, consolidando su preparación académica y su compromiso con esta casa de estudios.
“El doctorado fue un paso natural. Si ya había hecho la maestría aquí, ¿por qué no seguir formándome en la misma institución? Así que me quedé. Terminé en 1997 y, desde entonces, he estado involucrada en proyectos de investigación, siempre con la idea de que lo que hacemos debe tener un impacto positivo en la sociedad”, explica.
Formadora de investigadores y constructora de proyectos
La dedicación de Castillo Ortega hacia la formación de nuevas generaciones es evidente. A lo largo de su trayectoria, ha dirigido 15 tesis de licenciatura, 17 de maestría y 9 de doctorado. Sus alumnos no solo han completado sus estudios bajo su guía, sino que muchos de ellos se han convertido en investigadores y profesores, extendiendo el impacto de su labor más allá de las aulas de la Universidad de Sonora.
“Formar estudiantes es para mí una de las mayores satisfacciones. Ellos son el alma del trabajo de investigación. Sin ellos, nosotros como investigadores no podríamos avanzar. Algunos de mis exalumnos hoy son profesores aquí mismo, en otras universidades de Sonora o incluso en el extranjero. Saber que he contribuido a su desarrollo profesional es algo que me llena de orgullo”, comenta.
A la par de su labor docente, ha liderado proyectos de investigación de alto impacto en el área de farmacología humana y ciencias de materiales, que han permitido a la Universidad de Sonora adquirir equipo de última tecnología y fortalecer su infraestructura científica.
“Un logro importante ha sido gestionar proyectos que beneficien no solo mi investigación, sino a la institución en general. Los equipos que se adquieren no son para uso personal, son de la universidad, y deben estar disponibles para todos. La colaboración entre investigadores es clave para avanzar”, enfatiza en uno de sus espacios de trabajo, el Laboratorio de Química de Polímeros.
Además de su impacto como docente e investigadora, ha tenido un papel destacado en la gestión académica y administrativa. Fue jefa del Departamento de Investigación en Polímeros y Materiales, entre 2001 y 2009, y secretaria administrativa, de 1999 a 2001. Su liderazgo fue fundamental para fortalecer las actividades académicas, gestionar recursos y promover un ambiente colaborativo entre los integrantes del departamento.
“Siempre he creído en el trabajo en equipo. En nuestro departamento, hemos logrado mantener relaciones cordiales y respetuosas, lo que facilita la colaboración. El éxito de un área académica radica en el compromiso y la unión de su personal”, reflexiona.
Valores que trascienden generaciones
María Mónica proviene de una familia con una fuerte tradición docente, algo que ha marcado profundamente su vida. Su padre, Graciano Castillo, y su madre, Lucrecia Ortega, fueron un ejemplo de honestidad y dedicación, valores que ella ha transmitido a sus tres hijos: Jesús Manuel, Luis Sergio y Mario Esteban.
“Mis hijos son mi mayor orgullo. Cada uno ha seguido su propio camino, pero creo que he logrado inculcarles los valores que mis padres me transmitieron: la honestidad, el compromiso y el apoyo a los demás. Mis logros son dedicados a ellos, porque siempre han estado a mi lado, apoyándome en cada etapa de mi vida”, expresa visiblemente emocionada.
Merecido reconocimiento
Este año, la Universidad de Sonora honra la trayectoria de María Mónica Castillo Ortega con el Premio a la Trayectoria y al Mérito Académico, un reconocimiento que celebra su incansable labor y sus contribuciones al desarrollo de la institución.
“Este premio no lo veo como algo personal, sino como un reflejo de lo que hemos logrado en equipo. He intentado cumplir en todos los rubros que la universidad exige: docencia, investigación, gestión y tutorías. Saber que este trabajo ha sido valorado me llena de gratitud y emoción”, confiesa.
Aunque ya inició el proceso de jubilación, no se ve alejándose completamente de la universidad. Su deseo es seguir apoyando en la medida de lo posible, compartiendo su experiencia y conocimientos con las nuevas generaciones.
“Me siento muy afortunada por haber vivido todo esto. La Universidad de Sonora ha sido mi segundo hogar, y seguiré colaborando mientras pueda. Más que un final, esto es una nueva etapa para contribuir de otras formas”, concluye con una sonrisa serena y el orgullo de haber dedicado su vida al conocimiento y a las personas.
María Mónica Castillo Ortega es más que una profesora o una investigadora. Es un ejemplo vivo de compromiso, esfuerzo y pasión por la enseñanza y la ciencia, un legado que, sin duda, continuará inspirando a la comunidad universitaria por muchos años más.