50 años dedicados a la docencia
“Mi paso por la Universidad no es un entretenimiento, es mi pasión”
//Aleyda Gutiérrez Guerrero//
Toda una vida al servicio de la Universidad, así considera Andrés Espinoza Mendoza sus 50 años como académico en la alma mater, y asegura que continuará mientras tenga salud física y mental. Recientemente, fue reconocido por su medio siglo de labor docente en esta institución, lo que para él es motivo de mucho orgullo.
En 1971, entró formalmente como docente en la Preparatoria Central de la Universidad de Sonora, donde estuvo hasta 1975; posteriormente, se convirtió en Maestro de Horas Sueltas, en un principio en la Escuela de Trabajo Social, y después formó parte de los Maestros de Tiempo Completo en el Departamento de Ciencias Sociales, del cual es fundador, y ahora está adscrito al Departamento de Sociología y Administración Pública.“Cuando empecé, yo daba clases a los preparatorianos e incluso a los de secundaria, fueron mis primeras incursiones en la docencia, impartía Teoría Civil o Civismo, que está muy relacionada con Derecho”, indica.
El profesor aclara que la secundaria nocturna donde comenzó a dar clases era de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Sonora (FEUS), que no formaba parte de la estructura de alma mater. En esta escuela estuvo de 1968 a 1970 y asegura que no le pagaban, pero gracias a esto no le cobraba la Universidad la cuota de la preparatoria.
“Mi paso por la Universidad no es un entretenimiento, es mi pasión; siempre me ha atraído y siempre me ha gustado. En la secundaria ni un cinco percibí, fueron tres años dando clases en una escuela nocturna, con pura gente grande, gente con criterio formado y sí fue difícil comunicarse con ellos.
“Para mí la Universidad es la máxima casa de estudios, es lo mejor que Sonora tiene y la que ofrece la mayor oferta educativa, hay muchas otras que ya llegaron; pero, cosa curiosa, casi la mayoría del personal docente que trabaja ahí es de la Unison, somos los egresados de aquí los que coadyuvamos con otras instituciones”, resalta.
En cuanto a la cátedra, indica que lo más importante es la retroalimentación. “Es la que a mí me sirve, porque en cada semestre, en cada generación hay cosas nuevas que yo aprendo de los estudiantes; aparte de lo que yo les pueda dar, está lo que ellos me transmiten, que son muchas cosas relevantes, no nada más como docente, sino como Licenciado en Derecho que soy”, expresa.
En estas cinco décadas ha combinado el litigio con la docencia, pues es de la idea de que para impartir clases primero se debe ejercer la profesión y así poder enfrentar al estudiante y resolverle los cuestionamientos que le presenten.
“No es suficiente que uno sea teórico, hay que ser práctico; es decir, lo que la profesión le enseña a uno tiene que transmitir a los estudiantes para que vaya más preparado”, resalta el autor de los libros Introducción al pensamiento administrativo, Orígenes y evolución del pensamiento administrativo, El juicio especial de desahucio y el más reciente Incidentes, costos civil y mercantil.
Que aprendan a pensar
Espinoza Mendoza ha impartido distintas materias y en varias licenciaturas de la División de Ciencias Sociales, recientemente fueron las de Derecho Constitucional, Derecho Administrativo e Introducción a las Ciencias Sociales.
El docente destaca que dentro de lo más importante para él al compartir conocimientos está el que los estudiantes aprendan a pensar.“No quiero que reproduzcan las ideas ni los conceptos que uno les pueda transmitir, porque puede uno estar equivocado, o transmitir una idea que ya fue superada, pero si enseño al estudiante a que piense, razone, critique o que construya sus propias ideas eso es un triunfo para mí”, señala.
Revela que impartir materias en licenciaturas distintas a su profesión lo considera un reto porque es un pensamiento distinto al que él posee.
“Para mí es una ventaja, aunque también es un problema estar enfrente de estudiantes que no tienen mi perfil, uno tiene que adecuarse al de ellos y buscar la manera de poder lograr una buena comunicación. Adecuar la materia que a uno le toca impartir al pensamiento de un profesional distinto al propio es un reto y he logrado, más o menos, llevarlo a cabo.
“Las materias que yo doy son parte de su formación como futuros profesionales, no nada más en Administración, en Derecho, también he dado clases en Trabajo Social.
“Satisfacciones como maestro, acabo de tener una este último semestre, tuve un grupo muy bueno en Psicología, gente con criterio, que le interesa prepararse, que busca, que investiga y que lo cuestiona uno, eso es excelente. Es muy bonito que le digan a uno que está equivocado y porqué, que te den una serie de argumentos, bien documentados y de dónde obtuvieron la información científica, lo que me deja a mí con muy buen sabor de boca. Es raro que yo ponga 100 de calificación y en ese grupo casi todos sacaron 100”, comparte.
Una excelente elección
Andrés Espinoza es orgulloso egresado de la Unison donde estudió la Licenciatura en Derecho y la Maestría en Administración; también tiene el grado de Doctor en Derecho Civil por el Centro de Estudios Superiores en Ciencias Jurídicas y Criminológicas (Cescijuc), y comparte que como abogado se ha inclinado por lo civil y mercantil.
“Estuve muchos años en Derecho laboral, fui secretario general del sindicato de maestros por cuatro años, me tocaron conflictos individuales y conflictos colectivos.
“No es mi orgullo, pero estuve en una de las huelgas más largas que tuvo la Universidad y lo más triste es que no logré nada, sólo saqué que se perdiera un semestre en perjuicio de los alumnos y por la cerrazón de la administración pública federal en no querer dar recursos, y no los han dado desde hace muchos años, el tope salarial no ha podido ser destruido: 3.4, 3.5, de ahí no la sacamos”, dice.
El abogado confiesa que estudiar Derecho no era su primera opción, pues le apasionaba la psicología, pero en ese entonces no se ofrecía esta licenciatura en la alma mater sonorense; el lugar más cercano era Guadalajara, pero no se quiso desarraigar porque ya daba clases en la Universidad. Ahora considera que hizo una excelente elección.
“Todo mundo cree que la carrera de Derecho es muy fácil, ‘apréndete esos libritos y ya la haces’, fíjese que no. No me da vergüenza decirlo, pero hace algunos años que descubrí que soy abogado, porque tuve que echarme un clavado a los libros y estudiar la norma, para entenderla y poder aplicarla mejor.
“No es sencillo, es muy complicado y a mí me costó mucho trabajo, será porque no le tomaba mucho interés hasta que el propio litigio me obligó a estudiar; el cliente quiere resultados positivos. No soy de los que dice yo no he perdido ningún juicio, claro que he perdido, porque uno tiene su propia concepción de lo que es el Derecho, pero hay otro que es el juez, que es el que le dice a uno está bien o está mal”, declara.
El académico dice que en estas cinco décadas ha podido combinar bien su trabajo en la Universidad y el tener su propio despacho de abogados, donde normalmente está por las mañanas y acude a los juzgados; y por la tarde, o en ocasiones en las primeras horas, es cuando imparte clases.
“En 50 años la Universidad ha crecido mucho, yo formé parte del Consejo Universitario por varios años, éramos 33 miembros; ahorita ya no sé cuántos son, hay representantes de alumnos y maestros por cada unidad académica, ya el ahora Colegio Académico tiene menos facultades porque está la Junta Universitaria, que tiene otras, ya se dividió.
“Antes dábamos clases y podíamos ejercer la carrera saliendo de tercer año, ahora no”, indica, mientras con su mano señala el lugar que ocupa en su oficina y enmarcada la carta responsiva para poder ejercer la carrera como pasante, fechada el 23 de septiembre de 1970, que le otorgó el profesor Óscar Téllez Ulloa, al que considera un excelente maestro”.
Que te repruebe la vida
Cuando Andrés Espinoza era estudiante de preparatoria, Ernesto López Riesgo era el director, y fue él que lo contrató para entrar a dar clases. “Recuerdo que le reclamé una vez una calificación y me dijo: ‘Espinoza toma 60, y que te repruebe la vida’. Qué respuesta, no se me ha olvidado, y no me ha reprobado la vida y aquí estamos”.
Platica que fue parte de las últimas generaciones que tuvo la preparatoria, donde tuvo muy buenos profesores, además de López Riesgo, recuerda a Ernesto Salazar Girón.
“Tengo mucho agradecimiento y muchas cosas muy bonitas que he vivido en la Universidad, no sé si le doy la grandeza, como dice el lema, pero le hago la lucha. Sobre todo, busco no hacer quedar mal a mis maestros, quizás no todos fueron buenos, pero todos ponían su empeño.
“En mi caso soy un maestro muy exigente, y a los alumnos les digo: lo que yo doy es lo que quiero recibir. Yo hago mi mejor esfuerzo para que ustedes entiendan y comprendan, porque esa va a ser el arma que yo les voy a dar para que se defiendan en la vida; lo mismo les digo a mis hijos, con quienes puedo decir que soy más exigente todavía”, afirma.
Escribir y hablar con elocuencia
Comparte que a los estudiantes les dice que hay tres cosas que va a poner en práctica en su clase: leer mucho, porque la mayoría de las veces no se tiene el hábito o se hace de manera incorrecta; escribir, para que puedan elaborar bien sus ideas y que la persona que las leas las entienda y las asimile; y después, hablar en público, que es donde considera puede haber un problema.
“Es cierto que el ejercicio de la profesión demanda un 80% escrito-teórico, pero un 20% es hablado. Todo mundo piensa que es al revés, pero por ejemplo uno no sabe qué va a suceder en una audiencia, no sabe lo que trae el contrario, pero hay sorpresas y tiene uno que estar preparado para contestar.
“Cada escrito que yo presento a los tribunales lo reviso en ocasiones hasta diez veces, corrigiendo la semántica, el cómo se dirige uno al juez, porque uno tiene que elaborar la idea de tal manera que le entiendan, pero está también la elocuencia, lograr convencerlos, que es lo más difícil”, revela.
Como anécdota, cuenta que le tocó durante una audiencia que un exalumno se quedara petrificado y no se pudiera expresar, y como no pudo decir nada perdió el pleito; de ahí la importancia que da al saberse comunicar bien en su profesión.
Fue Sargento segundo
El abogado nació en Ciudad Obregón el 10 de noviembre de 1942, y al igual que la Universidad de Sonora está por cumplir 80 años.
Confiesa que en su infancia fue muy vago y que en su adolescencia se salió un tiempo de la escuela. A los 18 su padre lo emplazó y le dijo que tenía que trabajar o estudiar, y fue así que llegó a Hermosillo, donde ya vivían dos de sus hermanos, y entró al Ejército, a la 4ta. Zona Militar, ahí estuvo diez años.
Se enlistó en el Ejército para poder mantenerse, pero no desistió de estudiar y estando ahí se inscribió en la preparatoria de la Unison.
“Estuve cinco años como secretario particular del comandante de la zona, porque era el único que tenía preparatoria. Sí hubo momentos complicados, entré joven y puedo decir que hubo algunas envidias, pero tiene uno que aguantar.
“El último año de la carrera llegó un nuevo comandante y me dijo: ‘se acabaron los permisos’, eso no me permitiría terminar la carrera, así que ese día presenté mi renuncia. Sí quería seguir, me soñaba con el uniforme Azul Z que portan los que tienen el grado de subteniente para arriba, pero no se pudo, yo fui Sargento segundo y hasta ahí llegué”, admite.
Sus papás fueron Evodio Espinoza Ríos, originario de Sinaloa, y su mamá Julia Mendoza Sánchez, de Guanajuato, quienes se conocieron en Mérida y se establecieron en Ciudad Obregón, Sonora. Ambos ya no están en el plano terrenal, pero acompañan al maestro Andrés en espíritu. La imagen de “sus viejos”, como él los llama, ocupan también un lugar dentro del espacio físico de su despacho.
Dice que sus padres le enseñaron muchas cosas, en especial le inculcaron rectitud y honradez, y en especial su papá siempre se negó a tener patrón. “Y yo ahorita el único patrón que tengo es la Universidad”, señala orgulloso.
“Puedo decir que yo no soy muy social, mi máximo orgullo es que lo que tengo lo obtuve sin tener padrinos, nadie me ha ayudado. Para entrar a dar clases busqué por dos años que me dieran oportunidad y comenzar no fue fácil, pero todavía estoy aquí”, afirma.
Con su esposa Guadalupe Cruz Ayala tiene 47 años de casado y juntos han criado a cuatro hijos, tres varones y una mujer: Andrés, Christian, Daniel Evodio y Yahaira, quienes ya le han dado seis nietos.
Por cierto, dice, dos de sus hijos son abogados, el mayor y otro que tiene dos carreras, la de Administrador Público y Abogado; uno más es ginecoobstetra y su hija, la menor, es Mecánica dental y trabaja en el área administrativa de una institución educativa.
Los mismos valores que le inculcaron sus padres trata de replicarlos en sus hijos. Se considera un hombre disciplinado y responsable, y resalta que eso lo aprendió también gracias al Derecho, donde la responsabilidad es algo primordial.
Dentro de sus aficiones por más de 15 años practicó halterofilia; además, casi la mitad de su vida jugó al frontón, pero fue el mismo deporte el que lo retiró por una caída que casi lo deja paralítico, y de la cual todavía tiene secuelas.
Hace unos meses sufrió otra caída y se quebró la cadera, por esa razón utiliza una andadera, pero agradece que ya se puede levantar y espera caminar bien pronto.
Esto no lo detiene para acudir a su oficina y dar clases. Y fue por esta razón que acudió en silla de ruedas a la Ceremonia del Día del Maestro, pero de pie y muy orgulloso recibió de manos de la rectora María Rita Plancarte Martínez su reconocimiento por 50 años de labor docente en esta casa de estudios, su Universidad.